Una extraña sensación de maternidad los invade. No sólo deberán dejar nacer a sus hijos sino que, en el mismo acto, estos se emanciparán y comenzarán a andar caminos distintos. Es la vida de los autores teatrales con sus obras: una gestación más o menos larga; un parto emotivamente doloroso y una existencia a la distancia.
Para 11 primerizos, el próximo fin de semana será el debut. Integran la camada de nuevos dramaturgos surgida del taller que dicta Mario Costello, que verán en escena sus obras cortas (de 15 minutos cada una como máximo -ver “Los directores...”-) en la técnica de teatro semimontado, el viernes y sábado en El Árbol de Galeano desde las 22. LA GACETA dialogó con siete noveles autores.
En las creaciones aparecen los géneros del humor, del drama, de la comedia dramática y hasta de los temas fantásticos. La elección final fue realizada por Costello, sobre la base de los aportes de cada autor y pensando en el lucimiento de los textos.
Las diferentes experiencias y orígenes de cada autor (incluso en términos generacionales) enriquecen el espectro de la oferta dramatúrgica: hay dos periodistas; un estudiante de medicina; una trabajadora social y abogada; una poetisa; varias docentes de ramas distintas (desde las letras hasta la educación física); un diseñador gráfico y un empleado de Tribunales Federales. El desafío individual que le planteó el director del taller fue salir de la comodidad de lo que más saben y hacen y se adentren en pensarse otros. Y todo basado en una emoción que pueda expresarse a través de las acciones dramáticas y no sólo con las palabras.
Pero lo que más cuesta es ponerse del lado del espectador. “Desprenderse de una obra es un costo muy grande, una entrega muy comprometida. Es un desafío aceptar este riesgo de que otro sea el que termine tu producto”, admite Susana Gianfrancisco, en una entrevista colectiva con la mayoría de los autores (al encuentro no pudieron asistir Álvaro Astudillo, Agustín Delacroix, Mariana Rodríguez ni Clarisa Condorí). Esa dificultad tiene una característica especial en su caso: su texto es dirigido por su hermana, Silvia Gianfrancisco.
La tendencia natural del autor es indicarle todo a quien dirige su obra: entradas y salidas, movimientos y hasta las emociones de los actores, acotaciones que técnicamente se llaman didascalias. “Al principio son muy descriptivas, poéticas y extensas; es un espacio de libertad obsesivo que se va reduciendo de a poco para darle lugar a la creación del elenco que va a representar la obra”, explica José Luis López.
Andrea Rivas estuvo en los dos lados del escenario: fue actriz en el Teatro Estable de la Municipalidad de Aguilares (TEMA), que condujo la recordada Edith Sesma, y ahora es la que le da texto a los personajes. “Estar desde este lugar genera mucha ansiedad y angustia, y haber estado en el otro es conocer la libertad que se pide para concretar una actuación. No sé qué harán con mi obra, pero, por suerte, me invitaron a los ensayos. Lo mismo, es más difícil actuar”, aclara.
Natalia Viola no parece sufrir tanto como sus colegas; por el contrario, ella resalta “la enorme generosidad de quienes representan, en forma totalmente gratuita, desinteresada y comprometida, todo lo que sale de nuestras cabezas para que merezca el aplauso de la gente”.
El proceso
Antes de llegar a esta última etapa, debieron atravesar uno o dos años de un trabajo guiado por Costello con precisión e intensidad. Mónica Díaz lo resume: “nos impulsó a atrevernos, a deconstruir, a salir de la pasividad extrema, pero con un sistema de mucha libertad, en el cual nos exige para sacarnos cosas de adentro desde otras miradas y otras historias”.
“Pasamos por un período de ablande, con experiencias provocadoras e intensas para derribar el mito de la musa inspiradora y avanzar en una experiencia de escritura colectiva”, agrega Marta Valoy.
Natalia Zanotta llegó a la dramaturgia desde la poesía, y resiste los embates literarios de su profesor. “No pierdo mi estilo, pese a que Mario quiere que salga de él. Mi poesía tiene conflicto y acción, pero es descriptiva y en ella misma se resuelve la situación. En el teatro, debemos escribir para algo que debe verse”, explica para distinguir los géneros.
A diferencia de otras prácticas artísticas, el teatro termina de construirse en el escenario, en el cuerpo de los actores, sometido a la mirada externa y en acto presente. Lo escrito es un punto de partida, un principio de construcción que se completa con el espectador, que cierra el círculo abierto meses antes.
Pero todo final es, al mismo tiempo, un comienzo. En esta oportunidad, lo será para un colectivo de autores que se suman a la nueva dramaturgia tucumana y piden escenario.
Los directores y las obras
- Rosendo García dirige “La ruptura”, de Clarisa Condorí; y “La paga”, de Mónica Díaz.
- Verónica Pérez Luna lo hace con “El espejo”, de Álvaro Astudillo; y “El ovillo que nunca fue”, de Natalia Zanotta.
- Silvia Gianfrancisco conduce “El zapato azul”, de Marta Valoy; y “El trato”, de Susana Gianfrancisco.
- Fernando Godoy es el responsable de “El muerto inmortal”, de Andrea Rivas.
- Jorge Salvatierra es el director de “El pariente”, de Natalia Viola; y “La aceituna”, de José Luis López.
- Marcos Acevedo está a cargo de “Almas marcadas”, de Agustín Delacroix; y “La mudanza”, de Mariana Rodríguez.